En busca de Momo

El dios Momo poseía una lengua aguda, una risa estruendosa y un humor irreverente.

Sus carcajadas sonaron como truenos cuando cayó del Olimpo, luego de que Zeus decidiera expulsarlo. Al parecer, no le había parecido gracioso que Momo dijera que lo único que le faltaba a Zeus para completar su lista de amantes era desdoblarse, para poder estar consigo mismo.

Dionisio tuvo que hacer un esfuerzo colosal para aguantar la risa. Él sí era el tipo de dios que disfrutaba de las ocurrencias provocadoras de Momo, a quien solía invitar a sus fiestas. Con su destierro, el Olimpo se volvería un poco más gris.

Los otros dioses estaban convencidos de que Momo regresaría, pidiendo perdón, pero el tiempo pasó y no hubo más señales de él; hasta que un día, muchos siglos después, una ninfa del viento le contó a Dionisio sobre rumores que venían de más allá del océano. Momo estaba haciendo de las suyas en tierras lejanas, aseguraba.

Intrigado, Dionisio se disfrazó con ropas humanas para bajar al mundo de los mortales a buscarlo.

Paraguay

Dionisio se estremeció de emoción al descender sobre los tupidos alrededores verdes de la ciudad de Encarnación. En aquella tierra, regida por otros dioses, se respiraba música y magia. Mientras avanzaba a través del bosque en dirección a la ciudad, el dios sentía ojos en la espalda que vigilaban sus movimientos.

Según los rumores, Momo visitaba aquella zona durante algunos días al año, para asistir a una celebración especial. Esa noche, al llegar al evento al que se referían, Dionisio entendió por qué su viejo amigo podría tener interés en él. Resultó ser más que una fiesta: se trataba de un colorido desfile de carrozas y comparsas, al ritmo de tambores y canciones joviales.

¿Quién no querría estar allí?, se preguntó mientras se dejaba llevar por el ritmo y se unía al corso. Tanto se distrajo, borracho de alegría mientras bailaba con unas y con otros, que olvidó la razón de su visita; hasta que al final de la noche le pareció ver a Momo escabullirse entre la multitud.

Al día siguiente, no había rastro de él. Entendiendo que le había perdido la pista, se puso en marcha hacia un nuevo destino.

Paraguay

Dionisio se estremeció de emoción al descender sobre los tupidos alrededores verdes de la ciudad de Encarnación. En aquella tierra, regida por otros dioses, se respiraba música y magia. Mientras avanzaba a través del bosque en dirección a la ciudad, el dios sentía ojos en la espalda que vigilaban sus movimientos.

Según los rumores, Momo visitaba aquella zona durante algunos días al año, para asistir a una celebración especial. Esa noche, al llegar al evento al que se referían, Dionisio entendió por qué su viejo amigo podría tener interés en él. Resultó ser más que una fiesta: se trataba de un colorido desfile de carrozas y comparsas, al ritmo de tambores y canciones joviales.

¿Quién no querría estar allí?, se preguntó mientras se dejaba llevar por el ritmo y se unía al corso. Tanto se distrajo, borracho de alegría mientras bailaba con unas y con otros, que olvidó la razón de su visita; hasta que al final de la noche le pareció ver a Momo escabullirse entre la multitud.

Al día siguiente, no había rastro de él. Entendiendo que le había perdido la pista, se puso en marcha hacia un nuevo destino.

Argentina

Lo primero que Dionisio notó al descender sobre Gualeguaychú fueron las risas de los niños; lo segundo, el agua que lo empapó de pies a cabeza. En lugar de enojarse, rio a carcajadas. A decir verdad, el gesto ayudaba a aliviar el calor infernal del verano.

Esta ciudad era, por lo que le habían dicho, uno de los lugares donde Momo solía ser avistado por aquellas épocas. A medida que se acercaba la noche, Dionisio comenzó sentir un cosquilleo de emoción que hacía que el aire palpitara cada vez con más intensidad. Cuando siguió la fuente de la vibración, al caer la tarde, se encontró con una multitud congregada alrededor de un espectacular desfile, y entendió que lo que percibía era el pulsar de miles de corazones que latían al unísono.

La explosión de colores y música era digna de las fiestas dionisias que sus seguidores solían dedicarle en el pasado. Conmovido por los brillos y la alegría que despertaban sus recuerdos, Dionisio no volvió a pensar en Momo, al menos hasta que le pareció verlo subido a la parte más alta de una gran carroza que se alejaba. Para cuando la alcanzó, él ya no estaba allí.

Al día siguiente, no había rastro de él. Entendiendo que le había perdido la pista, se puso en marcha hacia un nuevo destino.

Argentina

Lo primero que Dionisio notó al descender sobre Gualeguaychú fueron las risas de los niños; lo segundo, el agua que lo empapó de pies a cabeza. En lugar de enojarse, rio a carcajadas. A decir verdad, el gesto ayudaba a aliviar el calor infernal del verano.

Esta ciudad era, por lo que le habían dicho, uno de los lugares donde Momo solía ser avistado por aquellas épocas. A medida que se acercaba la noche, Dionisio comenzó sentir un cosquilleo de emoción que hacía que el aire palpitara cada vez con más intensidad. Cuando siguió la fuente de la vibración, al caer la tarde, se encontró con una multitud congregada alrededor de un espectacular desfile, y entendió que lo que percibía era el pulsar de miles de corazones que latían al unísono.

La explosión de colores y música era digna de las fiestas dionisias que sus seguidores solían dedicarle en el pasado. Conmovido por los brillos y la alegría que despertaban sus recuerdos, Dionisio no volvió a pensar en Momo, al menos hasta que le pareció verlo subido a la parte más alta de una gran carroza que se alejaba. Para cuando la alcanzó, él ya no estaba allí.

Al día siguiente, no había rastro de él. Entendiendo que le había perdido la pista, se puso en marcha hacia un nuevo destino.

Brasil

En sus recorridos, Dionisio había escuchado que Brasil albergaba otra de las fiestas favoritas de Momo, así que hacia allí se dirigió.

Agotado después del ajetreo de la noche anterior, Dionisio se entregó al cálido abrazo de Río de Janeiro. Recostado sobre la arena de la playa, durmió una larga siesta que terminó cuando un ritmo lejano lo hizo despertar.

El origen del ruido resultó ser un desfile rebosante de grandiosos carros y un arcoíris infinito de bailarines, que se llevaba a cabo en un espacio gigantesco.

Al contemplar la multitud danzante, Dionisio supo que entre ellos estaba escondido su viejo amigo y entró al laberinto humano para buscarlo. Después de mucho navegar y luchar contra tentadoras distracciones, encontró a una persona a la que llamaban rey Momo. Lamentablemente, este resultó no ser más que un mortal disfrazado.

Al día siguiente, decidió partir hacia un nuevo destino. Había estado cerca en cada uno de sus intentos, pero esta vez no fallaría.

Uruguay

A primera vista, Montevideo parecía envuelto en una modorra. Caminando por sus calles somnolientas, Dionisio se preguntó si la información que tenía era correcta; aquella ciudad no parecía ser el tipo de lugar al que Momo se sentiría atraído. Sin embargo, luego de prestar más atención, comenzó a percibir algo distinto: le pareció escuchar el nombre de Momo en una canción que sonó al pasar; en los susurros de los habitantes; y hasta en el viento de la costa, que lo guio hacia una pared pintada con una imagen de su viejo amigo.

A medida que el día llegaba a su fin, otra cara de la ciudad fue despertando, y Dionisio finalmente entendió. Poco a poco, Montevideo se llenó de pequeños escenarios luminosos. Cada uno de ellos funcionaba como un templo por el que pasaban conjuntos que le rendían homenaje al antiguo dios. Momo estaba presente en sus melodías y en sus letras afiladas, en sus parodias y en sus bailes. Durante más de un mes, desde enero hasta febrero, Momo era reverenciado cada noche. El resto del año, los habitantes añoraban su despertar.

Fue en uno de esos escenarios que Dionisio encontró por fin a Momo, aplaudiendo la actuación de una murga, disimulado entre el público. Al verse, los dioses se unieron en un abrazo apretado.

—No creo que quieras volver a Grecia, ¿no? —preguntó Dionisio, aunque adivinaba la respuesta.

—¿Por qué querría hacer eso? —replicó Momo, riendo.

Dionisio no supo responder. Después de todo, a esas alturas, él también estaba considerando quedarse atrás.

FIN.

Autoría: L.Y. para Itaú
Imágenes: Unsplash y Pixabay (uso libre)